Por Pedro P. Yermenos Forastieri
Cuando el PLD inició sus pactos con Joaquín Balaguer, que en principio le significaron la presidencia de la Cámara de Diputados y más adelante la del país, un grupo de ingenuos valoró de forma incorrecta aquellos episodios de tanta repercusión política.
El fatídico día del Pacto Patriótico, en el cual, aprovechándose de manera inescrupulosa de su enfermedad, condujeron a Don Juan a levantar la mano del déspota reformista, consideraron, por ignorancia política, que el PLD implementaba una jugada maestra y que utilizaba a Balaguer para la consecución de su misión histórica.
El tiempo demostró que era lo contrario. El patriarca reformista, con visión precaria en sus ojos y abundante en su instinto político, manipulaba las circunstancias a su favor, consciente de que la dirigencia peledeísta sucumbiría ante la seducción del poder y echaría por tierra la aureola de diferentes, honestos y patrióticos que se habían ganado más que por cualquier cosa por los innegables atributos de su líder egregio. La prueba es que desaparecida la contención ética del Maestro, el discipulado fue expuesto en su auténtica naturaleza, como casi todos, depredadora del patrimonio púbico.
Consumada la igualación con la tradicionalidad, que al mismo tiempo constituía uno de los actos de felonía más descarados que registre la historia nacional, el PLD se dedicó, a partir del uso del poder en la misma forma que decía que había que superar, a echar las bases de la consolidación de su dominio estructurando una institucionalidad de cartón, que para lo único que ha servido es para garantizar la impunidad ante sus múltiples actos reñidos con la legislación penal, lo cual es un hecho no controvertido ni siquiera por una parte de los propios miembros del PLD.
Su suerte electoral, por razones explicables, transitaba espléndido sendero y se acostumbraron de tal forma a sus victorias que no se percataron que por sus causas, al unísono se incubaban los motivos de un declive que tarde o temprano llegaría.
Esa pérdida de ascendencia ciudadana llegó de la peor manera, acompañada de irrespeto, repulsa, descubrimiento de hechos insólitos dentro de la moral política de una organización que juró completar la obra de los padres fundadores y por cuya membresía su dirigente histórico arriesgó juicios que hoy se estrellan contra una realidad inocultable.
Nadie dude, no obstante, que quien está agotada es la obra de albaceas irresponsables.
Bosch, en cambio, representa un símbolo que es y debe ser rescatado.
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